Las arrugas no son las únicas huellas que dan cuenta del paso de los años. El organismo humano esconde otras, imperceptibles a primera vista, que no siempre se manifiestan a través de los pliegues de la piel o la pérdida del pelo. La enfermedad degenerativa del disco es una de ellas, ya sea en forma de protusiones (degeneración del disco anterior a una hernia) o de hernias discales y ciática.
Este tipo de desgaste afecta a gran parte de la población, hombre y mujeres por igual, y es la causa más frecuente de incapacidad laboral por debajo de los 45 años. Muchos adultos sanos mayores de 30 años pueden sufrir protusiones de disco (hasta tres) sin que sean conscientes de ello. Se trata, por tanto, de un problema de salud cada vez más frecuente cuyo tratamiento no tiene por qué acabar siempre en la mesa de un quirófano.
Las lesiones de los discos intervertebrales son bastante comunes, como hemos apuntado anteriormente: estos discos, cuya función es mejorar la movilidad y estabilización intervertebral, están formados por un núcleo pulposo y un anillo fibroso alrededor. Cuando este anillo se degenera y se desgarra se produce la protusión discal: el disco pierde su forma y se abomba (también se le llama «hernia contenida»). La «cáscara» se deforma sin partirse. En una fisura discal, algunas fibras de la «cáscara» se desgarran, pero sin que varíe el contorno del disco ni se salga su contenido. La protusión es el paso previo a la hernia discal, que se produce cuando el disco se rompe y su núcleo (todo o en parte) sale al exterior.
Las protusiones y hernias discales no sólo se deben al proceso de envejecimiento del disco. También pueden aparecer de manera repentina, motivadas por un fuerte traumatismo. Por eso, las personas que en su trabajo levantan pesos son más propensos a sufrir la rotura de un disco intervertebral y una hernia de forma aguda, así como los atletas debido a un gesto súbito.
Como en otros problemas relacionados con la espalda, es fundamental mantener un buen estado de salud, una cuidada higiene postural y practicar ejercicio de forma regular. La buena musculatura abdominal y del tronco reduce la probabilidad de desarrollar una protusión o hernia discal. Por el contrario, el sobrepeso, sedentarismo, ausencia de ejercicio físico y malas posturas incrementan el riesgo de sufrir una hernia de disco.
Ejercicios recomendados y no recomendados
Si sufrimos una hernia o protusión discal en la zona lumbar, esta se suele dar en los puntos conflictivos L4-L5 o L5-S1, es decir, donde la columna cambia de curva y pasamos de la zona lumbar a la zona del sacro. En general se deben evitar los ejercicios que sometan a la columna lumbar a una carga sobre su eje vertical, además de las rotaciones, las hiperextensiones de columna.
En el caso de la sentadilla, para no colocar cargas sobre la zona lumbar podemos optar por las sentadillas frontales o sin carga o por la prensa, siempre y cuando nos mantengamos sentados sobre el asiento (sin levantar los glúteos al empujar) durante todo el recorrido.
Los ejercicios con carga por encima de la cabeza, como el press militar para hombros, también deben quedar descartados. Los remos pueden realizarse con el torso inclinado para evitar que se cargue demasiado la zona lumbar.
Para mejorar nuestra calidad de vida, y por ende la seguridad y calidad de nuestro entrenamiento, conviene trabajar la estabilización de la columna y su movilidad, así como la correcta alineación de la cintura pélvica durante el ejercicio y en nuestra vida diaria
Una hernia o una protusión no tienen por qué significar decir adiós al entrenamiento siempre y cuando se valore cada caso de forma individual por un profesional médico y se entrene de forma segura y personalizada para la patología que sufrimos. Está demostrado que el ejercicio físico actúa como prevención y como tratamiento de este tipo de lesiones. ¡Siempre es más beneficioso hacer una vida activa, con ejercicio, que quedarse en el sofá por miedo a que un esfuerzo haciendo ejercicio provoce un daño mayor en la columna!
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